COMPRA VENTA DE NUBES

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12. El preámbulo


             
La claridad suspiró delante de mis párpados, como desencadenantes de un huracán que lucha por empezar a soplar, sabiéndose vivo y que quiere entrar irremediablemente el ruido de sus melodiosos soplos, sin entendimientos y en busca de ellos, como dos cuerpos que se aman porque sí, sin caminos ni métodos.
Fui escupido por el mar hacia la tierra, como un parto desde los ecos remotos hacia las arenas blancas, desde la última caída, la definitiva, hacia las briznas de luz que, entonces, en aquel momento, empezaban a nacer.
Pero antes de encontrar la fábrica tuve que morir en aquel mar oscuro de Artillero y esto es algo que no me atrevo a contar. Mis perdones y mis empeños, como el sol lo había hecho por cíclica vez aquella misma tarde, quizás, o fue la mordedura de la oscuridad quien me mató. Su conocimiento me hizo entender que ya era libre, que la segunda vez ya no existe el veneno del miedo, como nos cuenta El Principito. O, tal vez, el misterio de la fábrica de nubes era demasiado grande y me había despojado de él para así hacerlo mío, desobedecerlo y a la vez encontrarlo.
Me lavé en aquel agua negra.
Y es que, para crear el alba, antes tuvo que haber un atardecer muerto. Después es cuando el sol, fecundado por la noche y despojado de las iras y los amores que aprendió durante el día, resucita puro siendo otro, limpio de re-sentimientos. Todos los días.
Y fue entonces, cuando la noche hizo el amor con el mar, despacio, con caricias de ojos cerrados. Después, lo fecundó en un orgasmo unísono y tierno y preparó su vientre para una gestación que me volteó de mil maneras diferentes en aquel líquido amniótico salado. Acabé por olvidarme de quien no era y de quien creía ser.
Amanecí (nací) con el sol, a la misma vez, despojándome por mí mismo de la placenta, por el este, como él, mi parte derecha del cerebro. Después, como también lo hace el sol cada día, ya habría tiempo de describir una parábola hacia mi parte izquierda, el oeste, reverenciando la órbita de un planeta que dibuja figuras simbólicas que después vuelan y desaparecen.
Empecé allí, en Chacocente, donde el mar me había devuelto, a abrir los ojos. Frente a mí amaneció una nube saliendo del mar. Por vez primera no la miraba. La acariciaba.


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