COMPRA VENTA DE NUBES

Gracias a todxs los lectores que pasaron por aquí.
Este negocio se cerró en 2008

5. Un día antes de mi partida


Voy a Nicaragüa en busca de una fábrica de nubes. Necesito hacerme con un stock bueno y barato.
Chula Puñales me ha dicho que puedo encontrarla en Ometepe, justo antes de que caiga el sol. Las nubes acuden todos los días para beber agua del lago.
—También lo hacen para teñir de rojo los atardeceres —me aseguró.
Después, Chula Puñales me dijo que cuando ya no hay luz en Ometepe, se puede ver el reflejo de Don Matías en las aguas del lago. El viejo Matías es un pescador que vivió por allí hace algunos años y que pedalea en las noches hacia el cielo negro. Al parecer, el viejo enloqueció de amor por una promesa que le hizo a una muchacha morena.
—Encenderé las estrellas todas las noches del mundo por ti —le dijo.
Pero durante la guerra, la muchacha morena desapareció sin dejar rastro. Nadie más supo de ella, o tal vez no quieran contarlo. El viejo Matías tampoco volvió a enamorarse jamás, ni siquiera de la luna que le alumbra el camino cada noche cuando sube con su bicicleta para encender las estrellas, siempre silbando la misma canción:

Ay Nicaragüa, Nicaragüita,
la flor más linda de mi querer,
abonada con la bendita,
Nicaragüita, sangre de Diriangén.
Ay Nicaragüa sos más dulcita,
que la mielita de Tamagás,
pero ahora que ya sos libre,
Nicaragüita, yo te quiero mucho más.
pero ahora que ya sos libre,
Nicaragüita, yo te quiero mucho más

4. Miedos

Sé que tengo cientos de monstruos dentro de mí, miedos que aparecen en la parte izquierda de mi existencia o nubes Serpiente Cicatriz reptando sobre la línea de un horizonte del día que muere.
Los miedos que me asustan son los otros, los que no sé que tengo. Lo peor de ser persona es no tener ni pajorela idea de quién eres realmente, no contradecirte o crearte siempre. A veces, yo mismo me he creído un dios. ¡Carajo, aún lo sigo creyendo!; un dios facilón y conveniente, pero dios al fin de al cabo.
Ahora, estoy aprendiendo a dejar de serlo y convivir con mis monstruos, sentarme a su lado. Necesito tener espacio para mis nubes y, a mis miedos, he querido apartarlos desde hace tiempo. O al menos, esconderlos como se esconde un pedo. Pero, no. Siempre lo oculto acaba oliendo mal.
Hace unos meses, le dije a X que no la amaba. Mis monstruos llegaron enseguida, acompasados con su primera lágrima. «Que me refiero a ahora, que mañana no lo sé», le dije a X, como si ella pudiera entenderme. «Que no es por ti, que tú me pareces una mujer fantástica; que te aseguro que es por mí; que no estoy enamorado de otra…», continué disculpándome.  
Tuve que parecerle tan oscuro que X dejó de llorar en dos minutos. Y yo, apestando a mierda.

Hasta hace muy poco tiempo, el dejar de ser dios para X, me hubiera martirizado como cada cigarrillo fumado por un enfermo de cáncer. Ahora me dura hasta que ella cierra la puerta. He aprendido a enamorarme de mis nubes negras.

3. Cordones atados


















Chula Puñales tiene una pulsera de cascabeles atada en su tobillo derecho, las palmas de sus manos no tienen líneas y también tiene un círculo verde que bordea al marrón de sus ojos. Así es Chula Puñales.
Cuando la vi por primera vez, Chula estaba bailando con un negro sobre cuatro baldosas de La Habana Vieja. Al acabar, vino hacia mí y me preguntó mi nombre.
     Tienes el alma cansada, Vendedor —me dijo—. Pero también tienes el bicho metido en la barriga. No te dejará descansar.
Hablamos un par de veces por teléfono la semana siguiente, hasta que decidimos compartir nuestras nubes. Me llevó a conocer las suyas, imaginaciones distintas. Un día, ató los cordones de mis zapatos y me enseñó a balancearme como un junco. Fue entonces cuando me leyó un poema:
«Siento que me voy alejando, que voy saliéndome poco a poco, de esta realidad de las mañanas y las tardes y voy entrando a un mundo que estoy construyéndome con mis deseos y mis ansiedades y todas las cosas reprimidas que empiezan a querer salírseme y que me empujan, casi sin darme cuenta en la incertidumbre, allí donde deberé quedarme sola, donde me da miedo ir porque sé que tendré que asumir toda la responsabilidad del haberme dado cuenta, del saber que no todo es aire y agua y pan y leche y que hay algo más que nos rodea, que está en la atmósfera, que nos persigue y espera para envolvernos en esa belleza dolorosa que quisiéramos compartir y acercarla a los demás pero que, al contrario, nos aleja, nos hace sentirnos irreales, diferentes, como que acabáramos de nacer a un mundo que no conocimos hasta entonces o como que hubiésemos llegado de la estrella más cercana o de la más lejana y estamos abiertos totalmente a las hojas, al ruido, sintiendo derramarse la vida, sintiendo que nos acercamos a esa, la verdadera realidad, aunque todos crean lo contrario y nosotros no podamos explicárselo».             Gioconda Belli

Hoy, Chula Puñales se ha ido a Mugumu a fabricar agua para que existan las nubes. Nos separamos, la vida es así.
—No todo es aire y agua y pan y leche —me ha dicho, diciéndome adiós con la mano.
Cuando me acerqué para no olvidar el círculo verde que bordea al marrón de sus ojos, me pareció ver minúsculas nubes reflejadas en ellos.

Ahora sé que todas las nubes no se pueden comprar. Algunas nubes son tan bellas que permanecen siempre sin dueño.

2. Urge venta















Mis horas en la oficina son aburridas (mis horas, mis días y seis años más). Las ventanas del despacho son de doble cristal, sucio por sus cuatro caras. La realidad, intocable y casi invisible, se esconde tras ese telón semi opaco que separa lo que debería ser, de lo que percibo, como si cada día mirase al mundo a través de una pantalla de televisión con niebla.
Esta ventana, en su interior, tiene una pegatina transparente. En ella está escrito «Ventana clausurada» con letras mayúsculas. La luz entra negra, como un lunar cancerígeno, y el aire circula oloroso a las órdenes de un temporizador de números digitales clavado en la pared. Aquí dentro, ni los sueños se atreven a quedarse en la sala de espera.
He pensado en dejar mi trabajo en esta oficina y dedicarme, tan sólo, a comprar y vender nubes, empezar una nueva y arriesgada vida. Será otra posta hacia el Sitio y al menos estaré más contento. Esta oficina me está ejecutando, me marchita como una hermosa orquídea en el escaparate de una floristería del centro. Las agujas del reloj de la oficina recorren el círculo demasiado rápido, sin tiempo si quiera para reír.
El otro día, a través de la ventana del cuádruple sucio, vi una nube que me podía interesar. Quería vendérsela a mi jefe. Bajé rápido los seis pisos que me separan del sueño y la busqué en el cielo, pero ya no estaba. Aquí las nubes huyen enseguida. El hormigón y las antenas las espantan y revolotean con fuerza para irse cuanto antes; solo circulan las que nadie quiere, escondidas detrás de los edificios color ladrillo.
Esperaré hasta después del verano para acabar mi trabajo en esta tumba. Necesito hacer unos ahorrillos y, entonces, me dedicaré solo al negocio. Ahí, después del verano, es la mejor temporada para la venta de nubes, cuando la gente vuelve aburrida de sus vacaciones.

También he pensado en comprarme una nube para uso personal (es el momento de permitírmelo) y volaré con ella hacia el Sitio. 

1. Nubes




















Puse un anuncio en la red:
               El Vendedor. Compra-Venta de nubes
Razón: 629 60 50 02
(marque el +34 si llama desde fuera de España)
Alguien telefoneó a los tres días.
––Es por lo del negocio ––me dijo––. Me gustaría  cambiar de nube.
Fuimos a Londres en busca de su nube, pero no la vimos, estaba nublado. Tomamos un largo té de tres meses hasta que el cielo escampó. Entonces, a las pocas horas, una manada de nubes blancas y esponjosas apareció entre los edificios.  
––¡Es aquella! ––dijo por fin el cliente.
 No lo dudé. Estaba algo deteriorada, pero me podía servir. Cerramos el trato y nos subimos en su nube para recorrer el cielo de Europa hasta llegar a Estambul. El cliente quería ojear su nueva nube antes de comprarla. Le gustó a la primera.

––Guárdese mi tarjeta ––le dije antes de despedirnos––. Nunca se sabe si querrá volver a cambiar de nube.