COMPRA VENTA DE NUBES

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Este negocio se cerró en 2008

Epílogo. De cómo huí del negocio





Hoy quiero escribir una canción. Hoy quiero escribir un presagio, una oportunidad, una duda, un… no sé. Hoy quiero escribir algo, sin saber qué, sin decidirme por. Hoy quiero escribir, pero me asalta la incertidumbre de saber si soy capaz de hacerlo, de conmover, de acariciar, de embellecer. Hoy quiero querer. Hoy quiero que la nieve caiga de la hoja bambú por la tensión cumplida. Hoy quiero que el sol caliente y a la vez ilumine, y a la vez se apague, y a la vez se equivoque y no salga. Hoy quiero que la luna lo mire y se ría de él. Hoy quiero que los barcos suban montañas y que los leones coman peces, pero no soy capaz de escribirlo. Hoy quiero que las luciérnagas reconozcan sus pecados delante de un confesionario repleto de mujeres desnudas y que los curas saquen a pasear a sus caniches con bozal. Hoy quiero que las gotas de lluvia sobre el cristal de los coches sean de miel y que los cafés de la mañana se endulcen con sal. Hoy quiero malgastar las horas para arrepentirme y que la cocacola sea blanca. Algodones de azúcar, eso es lo que quiero hoy, de azúcar rosa como un vestido de marioneta-princesa en la función de las ocho. Hoy quiero que las nubes se metan en mi casa y que yo las invite a almorzar. Hoy quiero que sean ellas las que frieguen los platos y que después se fumen un puro paraguayo en el sofá del salón, mientras tomamos tequila con salsa de arándanos y vemos una película de Buster Keaton. Hoy quiero que the movie sea en tres dimensiones de tecnicolor y que cuando el tren vaya a atropellar al marinero encorvado que se quiere suicidar, los plomos se hagan añicos en la caja de luz. Hoy quiero seguir escribiendo y que, de una vez, las mariposas muevan mis dedos sobre el teclado de este PC o Puta Computadora.
Hoy quiero seguir hablando de si en verdad (o no) existen las fábricas de nubes donde se fabrican los sueños, de las maravillosas aventuras de Chula Puñales, del Loko y de mi Primo, de por qué bebo Ron Pálido. Hoy quiero hablar irremediablemente del viaje que tenemos hacia el Sitio.

 Pero no soy capaz de hacerlo. Me faltan fábricas de nubes que conocer para entender el mundo o nubes de otros planetas. Voy en busca de ellas. 
 Decía De Saint-Exupery en El Principito que «las serpientes no tienen veneno en la segunda mordedura». También decía que «cuando el misterio es demasiado grande, es imposible desobedecer». La vida es tan complaciente como fea y mala. Los caminos más rectos son selváticos senderos que hay que recorrer para encontrar praderas. Lo infructuoso de esta afirmación es que también funciona en sentido inverso, es decir, que cuanto más te acercas a la miel, las abejas también están más al acecho para hincar su aguijón.
Aquella noche en Artillero, llegué hasta aquella playa oscura que me ponía en el camino recto hacia mi fábrica de nubes, según me había aconsejado Felipe, pero también a la espera de mi primera mordedura para por fin encontrar mi desobediencia.
Las olas de Artillero me dieron un último empujón del mar. Fueron diez, quince segundos a lo sumo de descanso. Cuando el aire entraba por fin directo en mis pulmones, casi sin peldaños de ahogo en cada respiración, un fogonazo de luz intensa me cegó.
―¡Higoeputa, huevón, voy a darte candela hasta que gomites sangre! ―me decía una voz ronca mientras golpeaba con un palo― ¡Si es que no aprendéis, lameguevospinga de cheles. Por mucho que os reparta, no aprendéis!
Conseguí fajarme después de la tercera de sus patadas en mi estómago. Aquella debía ser la oscuridad que por fin me había mordido. De qué manera. Corrí sin saber hacia dónde, como una rata asustada. Un nuevo fogonazo en mi cara me hizo desorientarme y caí en la arena. Después, repté en aquel suelo que creí que sería el último. Unos silbidos casi rozaron mi cabeza. Fue lo último que conseguí escuchar antes de zambullirme en el agua. Balas, sin duda.
Nunca me sentí más aliviado por no tener aire en mis pulmones. Saqué la cabeza cuando ya no podía más y vi las luces de linternas lejos. Dejé de nadar, por falta de fuerzas más que voluntad. Creo que llegué a dormirme en el agua. Allí estaba mi muerte y era un estado plácido. Mi última visión fue al mirar la luna, blanca, menguante, casi muerta. Después, todo se volvió negro.