COMPRA VENTA DE NUBES

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Este negocio se cerró en 2008

27. Regalo de navidad


Hace unos meses, en uno de mis declives depresivos, me regalé una cena romántica. Sí, me apetecía invitarme a cenar en uno de esos restaurantes con velas y música de violín, violón y violonchelo. Nunca me había regalado nada y el sentirme invitado e invitador en una misma velada me dio entender que, en realidad, no estoy tan solo como pensaba. Al menos, ya sé que alguien me escucha.
Al final de aquella primera cita, Mi Otro Yo y yo, borrachos como polacos, acabamos entrelazando nuestras manos por debajo de la mesa y diciéndonos Te quiero. Llevamos nuestro amor en secreto (por no levantar envidias, más que nada) y no nos hemos separado desde entonces. Somos pareja de desecho.
He de reconocer que nuestro idilio no siempre es perfecto. A veces, las discusiones entre Mi Otro Yo y Yo son tan áridas y complicadas que hay días que ni siquiera nos hablamos. Ambos somos igual de tozudos. Pero son las menos veces, sólo cuando ninguno damos el brazo a torcer. Luego, empezamos a echarnos de menos y siempre hay alguna que otra mirada picarona, alguna que otra caricia, con la que acabamos acercándonos y queriéndonos de nuevo. Es el sabor de la vida, ¿no? Un poquito de sal y otro de pimienta. Además, las relaciones que se castigan sólo con amor enmascarado, no son relaciones sanas, sino mentiras.
Desde aquel día que me invité a cenar, cada mañana le regalo a Mi Otro Yo un ramo de doce sonrisas rojas. ¡Qué carajo! ¡A la pareja hay que cuidarla! Las busco por todas partes: en el espejo del cuarto de baño, reflejadas en la cucharilla del café, en el chapado del microondas… Después, las rodeo con un lazo verde de satisfacción y se las voy dejando por el suelo de toda la casa. Sí, por el suelo. Pretendo que Mi Otro Yo se esfuerce para cogerlas, al igual que yo me esfuerzo por esbozarlas.
Hoy es navidad y he querido tener con Mi Otro Yo un detalle especial. Quiero pintarle un auto retrato de doble mirada: una, desde mi interior, y la otra, desde el interior de Mi Otro Yo, como una muñeca rusa que se desprende de sus corazas para quedarse pequeña. He comprado cuatro pinceles y unos tubos de óleo y he extendido los colores sobre una paleta. Necesito tener todas las gamas a mano: desde el negro de mi alma hasta el blanco de las nubes que compro y vendo. He escogido la pared del cabecero de la cama para pintarme; el mejor de los lienzos es donde reposan los sueños. 
Al cabo de cinco horas, mi cuadro continúa en blanco. No soy capaz de pintarme estático. Creo que, ahora, observo la vida como un film enteramente rodado con cámara al hombro: de imagen imperfecta (no soy lo que esperaba(n) de mí), pero más cerca de la(s) realidad(es) que me rodea.

Feliz navidad, Mi Otro Yo, algún día empezaré a pintar nuestro cuadro. 

26. Amor


A pesar de la cercana navidad, el negocio no va bien. Creí que habría más gente necesitada de regalar sueños. 
A falta de vender nubes, me hallo buscando una definición de Amor.  
El diccionario habla de «un sentimiento intenso que parte de la propia insuficiencia». ¿Será, entonces, una sublevación de las necesidades más que una ofrenda de mi Yo puro? No lo creo. Me niego a pensar que el amor es hambre de caricias más que desahogo. Además, a veces, este manual alfabético me merece poco respeto. Matrimonio, por ejemplo, lo define como «una unión entre hombre y mujer concertada mediante determinadas formalidades legales». ¿Hombre y mujer? ¿Pero esto no había cambiado hace años? Parece que los Reales Académicos están demasiado influenciados por su propia ideología. ¿Y si quien definió el amor nunca lo sintió en sus carnes? ¡Carajo de libro! ¡No me fío! Hay vocablos que deberían dejarlos en blanco.
Me ha gustado una definición de Jodorowsky sobre la poesía: «Excremento luminoso de un sapo que se ha tragado una luciérnaga». ¡Este tipo sí que sabe sacarle partido a las palabras!, así que no he parado hasta encontrar su definición de amor. Lo encontré subrayado en azul por un lector o lectora anterior que consideré aventajado. Jodorowsky dice: «Amor: camino donde las huellas en lugar de seguirnos nos preceden».
No me gustó del todo su aportación, pero esa mixtura de tiempos me ha hecho pensar en ello durante todo el día. Esta tarde, mientras regresaba a casa en mi coche, me he dado cuenta de que el habitáculo del conductor es el único lugar creado por el hombre donde se mezclan pasado, presente y futuro. Por un lado, estás viendo las nubes hacia donde te diriges, las que todavía no existen, y por otro, en el espejo retrovisor ves aquellas que ya se han ido. Lo único real de la mirada es tu mano que mueve el volante y el panel de control, los agujas indicando a qué velocidad vas y el combustible que te queda para llegar a tu destino. También hay un reloj que te indica el tiempo. Pasado, presente y futuro en un solo vistazo. ¿Se referiría a esto Jodorowsky cuando quiso definir el amor?

A mí no me convence. Yo soy más fantasioso. Prefiero pensar que el amor es el agujero de un enorme caleidoscopio por donde miras ilusionado.