COMPRA VENTA DE NUBES

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21. Agradeci-miento



Siempre estuve en contra del orden alfabético. Ya, con apenas diez años, comencé a germinar ideas "feas" en mi cabeza para provocar el primer motín conocido en la escuela, aunque nunca llegó a suceder.
Pretendía, aún siendo un niño, que los profesores pasasen lista en orden contra-alfabético todas las mañanas, es decir, empezando por la Z y siguiendo por la Y. Así, Zambón y Yebra, casualmente los alumnos menos aventajados de la clase, tendrían las mismas posibilidades en la vida que Álvarez y Bueno.
Mi Zetaydario, como así llamé a mi invento, no tuvo la mínima repercusión y mis compañeros empezaron a tratarme como oveja negra. También los profesores que me veían como a un bicho raro que había que exterminar. Doña Petra fue la primera en empezar.

―¡Indecente, ¿es que siempre tienes que estar en las nubes?! ―me gritaba la Petra mientras me zarandeaba delante de los demás niños. 

―Pero…, señorita ―discrepaba yo―. ¿Por qué tiene que ser como usted diga?

La única respuesta fue un bofetón y el silencio de toda la clase.
Años después, en la facultad, me di cuenta de que mi sueño infantil estaba lleno de errores: la vida no estaba hecha para seguir un orden, ni de la A a la Z, ni de la Z a la A. Siempre habría alguien que saldría desfavorecido. El secreto estaba en la desorganización. Propuse, pues, que cada día se pasase lista de una manera diferente, de forma aleatoria: ¿Muñoz?, Presente; ¿Casares?, Presente, ¿Pizones?, Presente, ¿Abadía?, Presente. El equilibrio estaba precisamente el caos, imaginar algo nuevo todos los días. 
Aquellos fueron unos preciosos meses. Con ayuda de algunos compañeros, conseguí convencer a un par de profesores, casualmente los más progresistas. Ya no había primeros ni últimos al iniciar la clase. Todos éramos iguales y las mañanas comenzaban sin el orden que nuestro apellido imponía.
Pero había que hacer más, quedarse quieto era dejar de existir. Mi reivindicación necesitaba ir más lejos. Se aproximaba el final de curso y comenté mi idea en asamblea: si únicamente nos trataban como una calificación, si solo éramos un número, una nota en un examen, si no les importábamos una mierda, ¿por qué los profesores tenían que saber nuestros nombres?, ¿con qué derecho? Éramos sus alumnos, no sus hijos.
Creo que fue Don Ricardo Crespo, uno de los candidatos al puesto de rector, quien incitó una revuelta entre los docentes. Me querían expulsar de la universidad. La contra de la contra. A las pocas días encontraron entre mis apuntes una foto de Ernesto Guevara de la Serna, motivo más que suficiente para los Don Ricardo de aquella época para poder expulsarme. Tenían el beneplácito de mis compañeros de viaje. Se bajaron en aquella estación. 
Fracasé en mis estudios, lo sé, y por eso me dediqué a comprar y a vender nubes.
Creo que es a usted, Don Ricardo, a quien debo agradecérselo. También a Doña Petra. No saben bien el favor que me hicieron al no seguir su decencia.

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