COMPRA VENTA DE NUBES

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3. Cordones atados


















Chula Puñales tiene una pulsera de cascabeles atada en su tobillo derecho, las palmas de sus manos no tienen líneas y también tiene un círculo verde que bordea al marrón de sus ojos. Así es Chula Puñales.
Cuando la vi por primera vez, Chula estaba bailando con un negro sobre cuatro baldosas de La Habana Vieja. Al acabar, vino hacia mí y me preguntó mi nombre.
     Tienes el alma cansada, Vendedor —me dijo—. Pero también tienes el bicho metido en la barriga. No te dejará descansar.
Hablamos un par de veces por teléfono la semana siguiente, hasta que decidimos compartir nuestras nubes. Me llevó a conocer las suyas, imaginaciones distintas. Un día, ató los cordones de mis zapatos y me enseñó a balancearme como un junco. Fue entonces cuando me leyó un poema:
«Siento que me voy alejando, que voy saliéndome poco a poco, de esta realidad de las mañanas y las tardes y voy entrando a un mundo que estoy construyéndome con mis deseos y mis ansiedades y todas las cosas reprimidas que empiezan a querer salírseme y que me empujan, casi sin darme cuenta en la incertidumbre, allí donde deberé quedarme sola, donde me da miedo ir porque sé que tendré que asumir toda la responsabilidad del haberme dado cuenta, del saber que no todo es aire y agua y pan y leche y que hay algo más que nos rodea, que está en la atmósfera, que nos persigue y espera para envolvernos en esa belleza dolorosa que quisiéramos compartir y acercarla a los demás pero que, al contrario, nos aleja, nos hace sentirnos irreales, diferentes, como que acabáramos de nacer a un mundo que no conocimos hasta entonces o como que hubiésemos llegado de la estrella más cercana o de la más lejana y estamos abiertos totalmente a las hojas, al ruido, sintiendo derramarse la vida, sintiendo que nos acercamos a esa, la verdadera realidad, aunque todos crean lo contrario y nosotros no podamos explicárselo».             Gioconda Belli

Hoy, Chula Puñales se ha ido a Mugumu a fabricar agua para que existan las nubes. Nos separamos, la vida es así.
—No todo es aire y agua y pan y leche —me ha dicho, diciéndome adiós con la mano.
Cuando me acerqué para no olvidar el círculo verde que bordea al marrón de sus ojos, me pareció ver minúsculas nubes reflejadas en ellos.

Ahora sé que todas las nubes no se pueden comprar. Algunas nubes son tan bellas que permanecen siempre sin dueño.

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