En Chacocente, el mar enfurece los noches que no
hay estrellas ni luna, como queriendo curtir las llagas del tiempo varado y
crispar las nubes que enloquecen con rabia y desgarro, con furia indignada que
mueve también al viento sin treguas ni aliento, de izquierda a derecha y de
principio a fin. Ya, desde mar adentro, donde las olas rompen quebradas con la
fuerza del diablo, el agua se convierte en espuma terrible y mísera, que lo
mismo voltea a un mercante que envía un respingo
de sal y algas a la otra parte del Pacífico Sur.
Y es que, en Chacocente, nadie sale a pescar las
noches que no hay estrellas ni luna. Cuentan que este mar engulló, de un solo zarpazo, a no menos de seiscientos ladrones que venían
a conquistar la Nicaragua, no se sabe en qué año. Dicen que sus almas,
resquebrajadas de rabia durante tanto tiempo, son las que voltean el fondo marino
para así huir de su ahogo y descansar en paz para siempre. Es entonces, las
noches que no hay estrellas ni luna en Chacocente, cuando el mar huele a muerto
y la playa se llena de troncos ancianos aniquilados quizás a miles de millas de
distancia, como cuerpos sin rostro ni brazos que se arrastran por la
arena y se enmarañan junto al verde selva de la tierra.
Pero esto sólo ocurre las noches que no hay
estrellas ni luna en Chacocente, porque este mar de aguas siempre tibias es
azul y calmo los días que tiene que serlo y de un gris anaranjado cuando así lo
ordena. No es el sol quien cambia el color de las olas y la espuma, ni las
nubes, ni los aires, ni las lunas, ni las lluvias, ni los fondos ni los medios,
ni siquiera los veranos o los inviernos. Es el mar, el propio océano quien lo
impera, quien lo habla, quien ordena cómo ser y a dónde llegar, a qué costa amar
con sus caricias y a cuál odiar irritado.
Y la playa de Chacocente es muy larga y con nubes
siempre del sur, de cielo azul, delimitada por acantilado y roca, ancha y de
limpia arena fina. Pero también la playa de Chacocente es de cielo gris
anaranjado, sin límites, estrecha y de arena oscura (muy larga y con nubes
siempre del sur). Y de cielo enfurecido, acotada por olas inmensas que se
estrellan contra una arena que se la traga; y, cómo no, muy larga y con nubes
siempre del sur. Porque, la playa de Chacocente es a cada minuto distinta, está
viva, en cada embestida del mar que rompe y se vuelve, escupe troncos y piedras
que descansan como en un cementerio de huesos marrones en la ladera de un pequeño cerro, y después se los lleva.
Pero siempre, cada vez que la miras, la playa de
Chacocente es muy larga y con nubes siempre del sur, el lugar ideal para tener
una fábrica de nubes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario