Compré una nube emergente en Cerro Negro.
Después, escribí en la balconada abierta de la noche:
«Sí, está bien, como no lo había planeado,
como no lo había robado a los círculos de
la imaginación;
y también, por qué no, a la magia callada
durante tanto tiempo,
detrás de cada noche no estrellada y sin
luna,
tan sólo con mar rugido, devorado por
los noes y por el rojo fuego
de los quehaceres que cada día me ahogan»
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