Y en cada cuadra de León
(Nicaragüa), una nube de Mugumu, observándome, cantándome canciones de
despedida.
Las casas de esta ciudad
son de cien colores diferentes, salpicones de una revolución sandinista que fue
y que se resiste a morir, habitantes camaleones a la espera de cazar o ser
comidos, mimetizados para salir adelante.
Y yo, despojándome
también de mis estorbos, más enquistados de lo que creía, como una dictadura
que aún perdura después de muerta en esta Centroamérica. ¿Soy un mártir? Más
bien soy como un soldado vivo de la revolución, sin descansar en paz.
En Poneloya, el corazón
se encoje con la tormenta de nubes y claros sobre el mar, los labios se me
tuercen y la barbilla tiembla, recta, esperando naufragar. Pero no es la
fábrica de nubes que ando buscando. Tampoco estaba en Ometepe.
No sé qué más necesito
para encontrar a mi amo (que creí tenerlo), un universo de nubes que vaya más lejos
del universo propio. Pero, ¿dónde está? No lo sé y tal vez no lo encuentre.
¿Prefiero vivir como esclavo que morir como un rebelde? Tal vez me estoy
desenamorando de mí. No era yo con quien había soñado.
Y mientras tanto,
vendiendo nubes. Necesito saberme vulnerable otra vez, para reconfortarme.
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