Hoy ha venido un reportero a casa para hacerme
una entrevista. El tipo trabaja para un periódico local, uno de esos de tirada
masiva, gratuita basura. En realidad, se trata de un trueque: inserté
publicidad del negocio hace un par de meses y, a cambio, ellos me prometieron
un pluri reportaje a doble página y a todo
color.
Me ilusioné cuando me avisaron para la entrevista,
lo reconozco. En unos días, estaría pasando las hojas del primer ejemplar que
cayera en mis manos. Allí estaría yo, con mi Compra Venta de Nubes ilustrada en
la magia del papel y mi foto en actitud reflexiva, como los grandes escritores
que aparecen en los suplementos culturales.
La cita era a las seis en punto. Así que, después
de comer, he limpiado la casa para dar mejor impresión, he ido a comprar
pastelitos y he preparado café. También me he duchado y perfumado.
El timbre no ha sonado hasta las siete y, en vez
de la preciosa periodista que mi imaginación esperaba (una con gafas de moldura
negra, labios pintados y libreta en mano), se ha presentado un tipo gris que
escuchaba no sé qué música en su mp3. Ni siquiera le acompañaba un fotógrafo. Me
ha dicho su nombre, pero no lo recuerdo. Tenía cara de Pablo, Gustavo o Borja.
―He subido las persianas para que tengas mejor
luz para las fotos ―le he sugerido.
―Ah… Las fotos… ¿No te lo han dicho? No hay
espacio. Con una de carnet que tengas por ahí será suficiente ¿Tienes alguna
que estés guapo?
A la vista de la falta de generosidad de mi
entrevistador, he preferido no sacar los pastelitos y retirar el café. Me he
sentado frente a él a esperar sus preguntas.
― Bueno… Así que tú compras y vendes nubes y
también escribes. ¿Para qué lo haces? ―me ha preguntado.
El irreverente de Pablogustavoborja se ha
asustado al ver mi cara de desprecio.
―Y tú, ¿para qué cagas? ―le he interrogado yo,
plagiando a Bukowski―. Pues eso. Porque lo necesito.
Ya no recuerdo más de la entrevista; sólo que
estaba impaciente por salir a cazar unas nubes de fuego que veía por la
ventana.
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