Ayer,
en nuestra cita diaria para mirar el mar, el Loko quiso sugerirme
algo (las sugerencias del Loko van más allá de las palabras y del
sabio consejo).
―Un negocio de compra-venta de nubes
―me dijo―, no puede ser tan oscuro. Debes darle luz, más allá del
último color.
Pensé
en el concepto, «más allá del último color», porque detrás de
los mensajes del Loko, siempre hay algo más, otro eslabón mágico de la
cadena que no se ve a simple vista. Después, con la mirada en el mar, se
lo quise explicar.
―Mira, Loko ―le dije―, las
nubes, todas las que compro o las pocas que vendo, no son más que
sueños y emociones que viajan de un lado a otro, desde la cripta
oscura de la soledad hasta la fluorescencia de la vida. Siempre que
veas una nube, existe porque alguien soñó con algo más, con algo
mejor, aunque luego esas nubes desaparezcan. Yo no soy nadie para dar más luz a
nada.
Fue
en ese momento, con la mirada del Loko clavada en la mía, cuando el color del
mar cambió a ocre, ese solo instante puro que acudimos a contemplar todos los
días.
El
Loko, reservado como siempre ha sido, me miró otra vez a los
ojos.
―Te entiendo, Vendedor ―me dijo.
―Sí, yo también a ti, Loko ―contesté.
o
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