Voy a Nicaragüa en busca
de una fábrica de nubes. Necesito hacerme con un stock bueno y barato.
Chula Puñales me ha
dicho que puedo encontrarla en Ometepe, justo antes de que caiga el sol. Las
nubes acuden todos los días para beber agua del lago.
—También lo hacen para teñir de rojo los atardeceres —me aseguró.
Después, Chula Puñales
me dijo que cuando ya no hay luz en Ometepe, se puede ver el reflejo de Don
Matías en las aguas del lago. El viejo Matías es un pescador que vivió por allí
hace algunos años y que pedalea en las noches hacia el cielo negro. Al parecer,
el viejo enloqueció de amor por una promesa que le hizo a una muchacha morena.
—Encenderé las estrellas todas las noches del mundo por ti —le dijo.
Pero durante la guerra,
la muchacha morena desapareció sin dejar rastro. Nadie más supo de ella, o tal
vez no quieran contarlo. El viejo Matías tampoco volvió a enamorarse jamás, ni
siquiera de la luna que le alumbra el camino cada noche cuando sube con su
bicicleta para encender las estrellas, siempre silbando la misma canción:
Ay Nicaragüa, Nicaragüita,
la flor más linda de mi querer,
abonada con la bendita,
Nicaragüita, sangre de Diriangén.
Ay Nicaragüa sos más dulcita,
que la mielita de Tamagás,
pero ahora que ya sos libre,
Nicaragüita, yo te quiero mucho más.
pero ahora que ya sos libre,
Nicaragüita, yo te quiero mucho más
la flor más linda de mi querer,
abonada con la bendita,
Nicaragüita, sangre de Diriangén.
Ay Nicaragüa sos más dulcita,
que la mielita de Tamagás,
pero ahora que ya sos libre,
Nicaragüita, yo te quiero mucho más.
pero ahora que ya sos libre,
Nicaragüita, yo te quiero mucho más