Chula Puñales tiene una pulsera de cascabeles atada en su tobillo derecho, las palmas de sus manos no tienen líneas y también tiene un círculo verde que bordea al marrón de sus ojos. Así es Chula Puñales.
Cuando la vi por primera vez, Chula estaba
bailando con un negro sobre cuatro baldosas de La Habana Vieja. Al acabar, vino
hacia mí y me preguntó mi nombre.
—
Tienes el alma cansada, Vendedor —me dijo—.
Pero también tienes el bicho metido en la barriga. No te dejará descansar.
Hablamos un par de veces
por teléfono la semana siguiente, hasta que decidimos compartir nuestras nubes.
Me llevó a conocer las suyas, imaginaciones distintas. Un día, ató los cordones
de mis zapatos y me enseñó a balancearme como un junco. Fue entonces cuando me
leyó un poema:
«Siento que me voy
alejando, que voy saliéndome poco a poco, de esta realidad de las mañanas y las
tardes y voy entrando a un mundo que estoy construyéndome con mis deseos y mis
ansiedades y todas las cosas reprimidas que empiezan a querer salírseme y que
me empujan, casi sin darme cuenta en la incertidumbre, allí donde deberé
quedarme sola, donde me da miedo ir porque sé que tendré que asumir toda la
responsabilidad del haberme dado cuenta, del saber que no todo es aire y agua y
pan y leche y que hay algo más que nos rodea, que está en la atmósfera, que nos
persigue y espera para envolvernos en esa belleza dolorosa que quisiéramos
compartir y acercarla a los demás pero que, al contrario, nos aleja, nos hace
sentirnos irreales, diferentes, como que acabáramos de nacer a un mundo que no
conocimos hasta entonces o como que hubiésemos llegado de la estrella más
cercana o de la más lejana y estamos abiertos totalmente a las hojas, al ruido,
sintiendo derramarse la vida, sintiendo que nos acercamos a esa, la verdadera
realidad, aunque todos crean lo contrario y nosotros no podamos explicárselo». Gioconda Belli
Hoy, Chula Puñales se ha
ido a Mugumu a fabricar agua para que existan las nubes. Nos separamos, la vida
es así.
—No todo es aire y agua y pan y leche —me ha dicho, diciéndome adiós con la
mano.
Cuando me acerqué para
no olvidar el círculo verde que bordea al marrón de sus ojos, me pareció ver
minúsculas nubes reflejadas en ellos.
Ahora sé que todas las
nubes no se pueden comprar. Algunas nubes son tan bellas que permanecen siempre
sin dueño.
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