Mi Otro Yo ha estado
tres días dándome el coñazo. Su
maldito «bien hacer» no desaparece ni con el abundante Ron Pálido que bebo por
las noches.
Por la mañana, el rin
tin tin de su voz maléfica me martillea la cabeza.
―Te dije que no deberías beber tanto ―me dice.
La verdad: este tipo me
produce acidez de alma. No soporto su meto me en todo facilón.
Pero hoy me he levantado
más fuerte que él y con ganas de plantarle cara. Cuando bajábamos a trabajar en
el coche, el sol deforme sobre los atascos de Madrid me ha hecho ver la luz.
―Mira, tío ―le he dicho―. Tú me respetas a mí y yo te respeto a ti, ¿vale?
―No sé de qué me hablas ―me ha contestado con cara de imbécil.
Mi Otro Yo es incorregible,
pero al menos me ha dejado en paz durante todo el día. Creo que este fin de
semana podré deshacerme de él. Así aprovecho y me doy un largo paseo en nube. A
África, por ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario